Un Día Más...

viernes, febrero 02, 2007

Una Noche de Declaración

¡OH, Irene cuanto te amo!

Irene es mi novia, nuestro amor, ese amor que nunca muere, ese amor que lucha contra todo y contra todos, ese amor imposible. Luchamos tres años contra mis padres, quienes hicieron lo imposible para que nuestra relación no se llevase a cabo. Siempre he pensado que los problemas entre mis padres y los tuyos no deberían tener repercusiones entre nosotros. Pudimos haber sido la pareja más feliz del mundo, tuvimos la oportunidad para ser una familia, pero el destino lo arruinó.
Todo comenzó aquel día cuando tuve la maldita idea de darles la idea a nuestros padres para casarnos, recuerdo ese día como si fuese ayer. Tu con un vestido muy elegante rojo, yo, vestido formalmente de negro. Carlos, mi padre, fumaba con los pies sobre la mesa. Matilde, mi madre, simplemente no nos ponía atención.

– Madre, padre -dije un tanto nervioso- ella es Irene.
– Esa bestia que tienes de novia -interrumpió mi padre-
– No la trates así -dije mientras ella miraba el piso-

Mi padre rió mirando a Matilde, quién acompañaba en las carcajadas. Mi madre pidió un cigarro y de pronto los dos estaban fumando. Hubo un silencio en la sala de estar. Al acabar su cigarro Carlos, se sentó correctamente y, hablando un tanto apurado, dijo.

– ¿Qué quieres?
– Nosotros nos amamos mucho
– ¡JA! -reía mi madre mientras yo hablaba-
– Pido por favor respeto
– Habla rápido -me ignoraba mi padre mientras Matilde seguía riendo-
– Bueno... es... es que…
– ¡Habla maldita sea! - interfería mi madre gritando-
– Irene y yo nos vamos a casar -decía yo lo más veloz posible, tomándole la mano a mi novia y esperando lo peor

Mi padre miró a mi madre, y juntos seguían riéndose en nuestra cara, mi padre, un tanto lento, se levantó y caminó lentamente hacia la puerta. Le puso pestillo. Desde allá nos gritaba.

– ¡NUNCA LO HARAN! Nunca se casarán.
– Pobres idiotas -agregaba Matilde- que querían… ¿matrimonio? Por favor…
– Yo amo a su hijo -intervenía inútilmente Irene
– ¡Y eso que! -gritaba mi padre- no todo en la vida es posible, el destino de ustedes es estar separados, y nosotros nos encargaremos de eso.

Yo e Irene nos levantamos, e intentamos convencerlos, pero los gritos de mis padres fueron más fuertes, el amor de mi vida, la persona a quién yo debo amar, la perdía porque mis padres no la querían.

– No se casarán, entiéndanlo, sobre mi cadáver ustedes serán una pareja -continuaba gritando mi padre-

Fue ese el momento cuando Carlos dijo las palabras mágicas: “Sobre mi cadáver”.
Sabía que esto ocurriría, era predecible todo el escándalo que harían mis padres, fue ese el momento en que sentencié mi vida. De mi vestón saqué aquella pistola que me regaló mi abuelo y apunté a mis padres.

– Nunca pensé que haría esto por amor
– Hijo… Hijo mío -gritaba Carlos con cara de espanto- no hagas esto… no… no es necesario. Pueden casarse, pero no lleguen a lo extremo, tienen el consentimiento, pero no nos hagan nada, por favor hijo.

Fue cuando todo brilló a mi favor, volteé la mirada donde Irene cuando un abrupto sonido inundó mis oídos. Frente a mis ojos… delante de mí, Irene caía al suelo, con un impacto de bala en el corazón, miré a mi padre quién reía con un arma en sus manos. Mi madre al lado de él se reía en mi cara.

– Nunca pensé que haría esto por odio -dijo irónicamente-
– ¡Que has hecho! -gritaba yo desde el suelo, con el cuerpo de Irene en mis brazos, mirando a mi padre quién no se intimidaba por lo que había cometido-

En ese momento lloré desconsoladamente, mi padre se reía con mi madre, pero se presentó la oportunidad… la venganza de toda mi vida, todo el odio acumulado en toda mi horrible vida, todo desembocaba en ese instante. Mi padre volteaba guardando su arma… fue cuando tomé mi pistola, apunté y le propiné tres balazos en su espalda, casi sin conciencia cayó arrodillado para luego azotarse al suelo. La cara de risa de Matilde se tornaba de lágrimas, pero no alcanzó a decir una sola palabra cuando una bala le atravesaba la frente. En el momento todo fue grato, pero luego de unos segundos asimilé todo lo que había hecho. Casi por arte de magia llegó la policía que me pilló perplejo y paralizado frente a tal acto. Toda mi rabia me llevó a esto: Cadena perpetua por doble homicidio. Escribo estas líneas en mi celda de la prisión, ojalá alguien pueda leer como mi triste vida se convirtió en algo aún más triste. Aunque pensándolo bien, no me arrepiento.

¡OH, Irene cuanto te amé!


[Escrita en esas volás que me pego de escritor (valga la redundancia)]